martes, 2 de octubre de 2012

Sobre la confianza y el amor


La relación amorosa basada en la confianza no sobrevive a la pérdida de la confianza. La basada en la demostración diaria de obras amorosas no necesita de la confianza.
La confianza es, en la primera acepción de la RAE, la "esperanza firme que se tiene de alguien o algo".

Según la tercera acepción de la RAE, que dice: "Inducir es extraer, a partir de determinadas observaciones o experiencias particulares, el principio general que en ellas está implícito", la confianza es una esperanza a la que se ha llegado por inducción.

El mecanismo es el siguiente: a partir de las palabras o acciones habituales de la persona A sobre un tema (de una pareja inmersa en una relación amorosa), la persona B (la otra persona de esa pareja) proyecta un patrón de comportamiento futuro, para la persona A, respecto de ese tema. Así, B cree que sabe, con cierto grado de seguridad, la respuesta de A a un suceso futuro sobre el tema en cuestión.

Esto es una práctica habitual en el cerebro humano: la perenne búsqueda de patrones por doquier. Entre los primeros patrones que aprendemos a proyectar están los de las parábolas que describían nuestros chupetes cuando desde la sillita de bebé los tirábamos al suelo, para desesperación de nuestras madres.

Lo malo es que la gravedad no suele variar su comportamiento, ni tampoco suele mentir. Así que la información de que nos provee es muy fiable (en la tercera acepción de la RAE: creíble, fidedigno, sin error) y, por tanto, podemos esperar que el método inductivo nos provea de un patrón de futuro que se apegue con precisión a los resultados de las futuras pruebas. Y al ser tan exitoso para los fenómenos naturales simples, y en la ingenuidad infantil, tratamos de extrapolarlo a todos los demás ámbitos de futuribles, incluido el complejo comportamiento humano. Pero las personas cambian, se equivocan y también, lamentablemente, mienten.

Es muy difícil decir de una persona que sea fiable, salvo en temas laborales, técnicos o científicos, en los que se puede contrastar su rendimiento o la veracidad de los datos e informaciones que maneja. Se suele hablar, sin embargo, de personas confiables. Es decir: personas en la que se puede confiar.

Confiar es, en la segunda acepción de la RAE, "depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa". Para los fines de este pequeño ensayo, esa "cualquier otra cosa" es el futuro propio, o sea, el amor.

Personalmente creo que es demasiado arriesgado confiar el futuro propio a nadie, "sin más seguridad que la buena fe", porque es tanto como decir "construir sin cimentación" (y perdón por la deformación profesional). Respecto de "y la opinión que de él se tiene", ya va cobrando más presencia; más, cuanto más y mejor conozca uno a la persona a quien confiarle el futuro propio. Pero, aún con años de interacción, ¿quién puede decir que conoce perfectamente a otra persona?¿No convivimos todos con nosotros mismos desde que recordamos y aún así no tenemos un conocimiento perfecto de nosotros mismos?

Entonces ¿es vano inducir el compartimento futuro de otra persona, crearse una esperanza firme de ella y, por tanto, confiar en ella?. La respuesta es sencilla: no, y para nada. Dependiendo de la importancia de los temas que se le confían (en la primera acepción de la RAE: los temas que se ponen al cuidado de otra persona) puede ser útil y hasta conveniente.

La amistad, está ampliamente demostrado, es beneficiosa para la salud. Un buen amigo puede ser una buena fuente de consejos y de alivio emocional si uno le confía la información suficiente acerca del problema que le está agobiando, por ejemplo. Para el tipo común de problemas, de mediano calado, si la respuesta del amigo no es la esperada, si se comporta con doblez, si desvela el secreto o hace un uso malintencionado del conocimiento que adquirió a través de la confianza (es decir: si el patrón de comportamiento futuro que uno había previsto para esa persona se demuestra erróneo), lo más que uno puede perder es al amigo. Quizás también a alguno otro, arrastrado por la manipulación informativa. O se puede perder un negocio. Y, si uno es inteligente, no sucederá una segunda vez. El daño no es el mismo que poner en peligro el propio futuro.

Afortunadamente, la inducción puede realizarse, o, en realidad, debe realizarse, a partir de la observación de los hechos y no de las palabras. Y esto es así porque es mucho más fácil mantener una sarta de mentiras contadas con palabras que hacerlo con una sarta de mentiras contadas con hechos. Así, es de gente inteligente no depositar la confianza en las palabras de la gente, en general, sino en los hechos. Esto es especialmente así en el caso de una relación amorosa. Dudo que nadie discuta que es prácticamente imposible mantener contínuamente el detalle en el tiempo, sin amor.

Abrir las puertas, ofrecer el asiento, interesarse por el estado físico y anímico de la pareja, aliviarle la carga de trabajo aún a costa de añadir trabajos a uno mismo, velar para que el otro duerma, renunciar a un poco para ofrecer ese poco, eso no se hace sin amor. Puede mantenerse por un tiempo, si la recompensa que se espera lo merece, pero no indefinidamente. En cambio, la mentira de palabra puede durar mientras dure la confianza de la contraparte y no exista un desliz o un contratiempo.

De esta manera, la inducción que produce la esperanza, que a su vez hace depositar la confianza en la otra parte, está basada en algo más tangible que las meras palabras de la pareja. Malo es, por efímero y voluble, tener que depositar confianza en nadie como resultado de una inducción, y no como resultado de algo sólido y comprobable. Pero, al menos, si la inducción no resulta de palabras, sino de hechos, tiene mayor probabilidad de ajustarse a cualquier resultado futuro.

Pero digamos que no tengo razón y es posible mantener una larga mentira contada con hechos. Imaginemos que una persona realiza continuamente actos que demuestran amor hacia su pareja. Imaginemos que los realiza a lo largo del tiempo durante su relación, y que los realiza, además, en las buenas y en las malas, sin importar los altibajos de la relación. Si uno fuese completamente cínico, diría que, para su pareja, daría exactamente igual que esa persona estuviera totalmente enamorada de ella o que, al contrario, estuviese mintiendo como una bellaca. El resultado final sería una alta fiabilidad en actos amorosos. La segunda persona podría predecir más actos amorosos para mañana, con alto grado de exactitud. Y, probablemente, no se habría equivocado entregando su propio futuro a esa persona.

Y tengamos siempre en mente que los actos amorosos no representan solamente besitos, caricias y carantoñas. Representan cosas tan serias como la renuncia de uno de los dos a su trabajo, porque el otro ha encontrado uno mucho mejor que el que tenía, pero en otra ciudad, por ejemplo. Lo que es bueno para la pareja (o la pareja y sus hijos, dado el caso), puede perfectamente no serlo para uno de sus componentes, individualmente. En ese caso, renunciar a su trabajo por mor de la unidad familiar mayor es indudablemente un acto de amor que es muy difícil que suceda sin amor. Es, por tanto, una prueba de amor. Es una prueba en la que se puede confiar, sobre todo si forma parte de una serie de pruebas parecidas.

Y donde hay pruebas, no hace falta la confianza.

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