"(...) toda acción buena o mala es un principio de acción del bien y del mal, una semilla de vida o de muerte, de la que su autor no ha podido ni prever ni presentir todos los frutos y todos los resultados. (...)"
"Es un principio constatado y una ley general de la naturaleza que todo lo que está sujeto al movimiento, a la descomposición, sometido al tiempo, limitado por las dimensiones, se estropea, envejece y termina por desaparecer y por perecer. La ciencia nos enseña que ninguna fuerza vital, ningún agente creado, tiene el poder de desplegar su energía más allá de una determinada duración y que su campo de actividad, en virtud de la ley de la creación, se circunscribe a una esfera determinada cuyo límite no se puede franquear. Ni siquiera los organismos más perfectos y sólidamente constituidos podrían funcionar indefinidamente."
El fin del mundo y los misterios de la vida futura
Charles Arminjon
Ed. Gaudete - primera edición, noviembre de 2010
Pag. 23
Pareciera que el fin último del ser humano es perseguir a toda costa la abolición de esta inexorable ley, su erradicación, destrucción y, de hecho, ha sido tan extraordinario el empeño a lo largo de los siglos, que hoy en día se podría decir que le conocemos el peso y el equilibrio como un samurai conoce los de su katana, que sabemos que tiene un lado débil y uno fuerte, que ya hemos comenzado a doblarla lateralmente aunque aún no tengamos idea de la fuerza necesaria para doblarla un poco más ni de si el doblez terminará en rotura ni cuándo...
Hace siglos, con el desarrollo de la medicina aún en pañales, esta sed de abolición se saciaba con la bebida de lo mitológico. Desde la noche de los tiempos todas las mitologías hablan de diversos principios generadores de vida, atando así la permanencia, la prolongación de la vida a través del tiempo a la voluntad y desligándola de la mecánica necesaria del estado natural de las cosas. No deja de ser llamativo que. si al principio esta voluntad es superior y por tanto cuenta con capacidades superiores, más tarde ya no depende de superiores capacidades, sino conocimientos.
Baste mencionar, por ejemplo, los conjuros necesarios para dar vida al Golem. En boca de Borges:
No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.
Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dió a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,
la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.
Si en un principio, en nuestro imaginario occidental, fue Prometeo quien robó el fuego a los dioses para, sin su permiso, insuflar vida a sus propias creaciones, en esta tradición medieval judía ya son personas muy allegadas a Dios quienes adquieren de Él y con su aquiescencia los conocimientos necesarios para acometer la misma empresa. Sin embargo, las creaciones de estos hombres santos son una mera sombra de las creaciones de Dios y de ahí la etimología del Golem: no tiene alma y por lo tanto es un ser estúpido, tan estúpido que puede llegar a ser peligroso. No importa la especial condición de santidad necesaria para adquirir los conocimientos requeridos, pareciera que toda vez que se utilicen se está entrando en un territorio vedado, de especiales y sombrías consecuencias.
Va a hacer doscientos años desde los primeros experimentos pseudocientíficos acerca de la generación de la vida por medio de la electricidad, conducidos por Erasmus Darwin o Luigi Galvani, entre otros. Por aquellos entonces, la electricidad era un arcano ten grande como las cábalas de Judá León en la Edad Media, e igualmente plausible como vía de creación de la vida. La inquietud y expectación la recogió entonces la moderna revisión del clásico Prometeo, la famosa novela de Mary Shelley, Frankenstein. En ella se rompe definitivamente el lazo entre la generación de la vida y un Ser Superior, de capacidades o conocimientos superiores y de quien robar o tomar prestado el Poder o el Conocimiento.
Desde esta novela es el hombre, con su capacidad de raciocinio, el único Motor Inmóvil necesario. No se libra, sin embargo, de la responsabilidad de sus actos. Si bien al principio quedó expuesto a la ira de los dioses y ya en tiempos del Golem de Praga quedaba sujeto a la Ley Mosaica, en Frankenstein las terribles consecuencias vienen de la mano de su propia creación. La piedra angular ahora es el hombre, que ha sustituído a Dios pero que por impericia puede hacer colapsar ese gran edificio que es el universo.
Tal parece, también, que hoy en día en nuestra manera de ver las cosas está presente la idea de que cada nuevo día alborea con algún nuevo descubrimiento, algún nuevo hallazgo que nos facilite la vida, nos libre del dolor y nos haga seres más cercanos a romper la fatídica ley de caducidad de la vida. No en vano hemos duplicado con creces la esperanza de vida promedio, al menos en los países del llamado Primer Mundo, respecto de los tiempos del Golem, haciéndolo, además, con una calidad de vida muy superior.
Sin embargo, aunque libres de ataduras superiores y a toda máquina en pos de la adquisición de los últimos conocimientos necesarios para liberarnos al fin de la Mecánica Universal, es muy curioso que después de esos doscientos años de incesantes triunfos y autoafirmaciones, en nuestro imaginario actual todavía no nos hayamos librado de la consecuencia de nuestros actos, que son, al fin, un castigo a la temeridad que se considera correcto.
Desde que en 1968 George Romero estrenara la película La noche de los muertos vivientes, la humanidad se enfrenta otra vez a sus más antiguos temores (como son otra la propia putrefacción, el canibalismo, o más intelectualmente, la más descorazonadora ignorancia acerca del porqué de unos aterradores e inatajables acontecimientos), que esta vez no vienen de la mano de ningún otro ser inteligente, ni superior, sino como imprevista consecuencia de sus propios actos. No creemos en nuestra propia capacidad para ser el Motor Inmóvil.
El auge que vivimos de la cultura zombi desde entonces, que produce al menos una nueva película al año, infinidad de novelas, comics y hasta series de televisión, que de todas ellas ha terminado destilando un pulso, un ideario no escrito, un juego de reglas con el que el espectador, en general, se siente cómodo, entiende como acertado y está feliz de consumir, no puede menos que hacernos reflexionar acerca del pensamiento promedio de dicho espectador en lo que respecta a las grandes pulsiones que mencionábamos antes.
Una breve recapitulación y corolario serían: existe un afán universal de huir del dolor, un deseo febril de inmortalidad, una rebeldía innata ante la idea de la inexorabilidad de la muerte, pero todo intento de emancipación está condenado al fracaso, pues aunque nos pudiéramos librar de la arbitrariedad de los dioses, aunque pudiésemos sustituirles en el Olimpo y revocar la Mecánica del gran reloj del tiempo, nuestro fracaso forma parte de nosotros mismos, en tanto en cuanto seres imperfectos capaces de actuar sin antes haber previsto todas las posibles consecuencias de nuestros actos.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Como primer comentario posterior, añado unas palabras de Benedicto XVI acerca de las posibilidades reales del avance tecnológico al respecto de la consecución de la felicidad: «Los grandes éxitos de la técnica y de la ciencia, que han mejorado notablemente las condiciones de vida de la humanidad, no ofrecen soluciones a las preguntas más profundas del espíritu humano. Sólo la apertura al misterio de Dios, que es Amor, puede saciar la sed de verdad y de felicidad de nuestro corazón».
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Como segundo comentario posterior, añado otras palabras del mismo Benedicto XVI, entresacadas de su discurso del 22 de septiembre de 2011 al Reichstag en Berlín: "(...)En el primer Libro de los Reyes, se dice que Dios concedió al joven rey Salomón, con ocasión de su entronización, formular una petición. ¿Qué pedirá el joven soberano en este momento tan importante? ¿Éxito, riqueza, una larga vida, la eliminación de los enemigos? No pide nada de todo eso. En cambio, suplica: “Concede a tu siervo un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y mal” (1 R 3,9). Con este relato, la Biblia quiere indicarnos lo que en definitiva debe ser importante para un político. Su criterio último, y la motivación para su trabajo como político, no debe ser el éxito y mucho menos el beneficio material. La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz.
Naturalmente, un político buscará el éxito, sin el cual nunca tendría la posibilidad de una acción política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho, a la destrucción de la justicia. “Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?”, dijo en cierta ocasión San Agustín.[1] Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera. Hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra él; cómo se pisoteó el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar el mundo entero y llevarlo hasta el borde del abismo. Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político. En un momento histórico, en el cual el hombre ha adquirido un poder hasta ahora inimaginable, este deber se convierte en algo particularmente urgente. El hombre tiene la capacidad de destruir el mundo.
Se puede manipular a sí mismo. Puede, por decirlo así, hacer seres humanos y privar de su humanidad a otros seres humanos. ¿Cómo podemos reconocer lo que es justo? ¿Cómo podemos distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho sólo aparente? La petición salomónica sigue siendo la cuestión decisiva ante la que se encuentra también hoy el político y la política misma.(...)"
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
"Es un principio constatado y una ley general de la naturaleza que todo lo que está sujeto al movimiento, a la descomposición, sometido al tiempo, limitado por las dimensiones, se estropea, envejece y termina por desaparecer y por perecer. La ciencia nos enseña que ninguna fuerza vital, ningún agente creado, tiene el poder de desplegar su energía más allá de una determinada duración y que su campo de actividad, en virtud de la ley de la creación, se circunscribe a una esfera determinada cuyo límite no se puede franquear. Ni siquiera los organismos más perfectos y sólidamente constituidos podrían funcionar indefinidamente."
El fin del mundo y los misterios de la vida futura
Charles Arminjon
Ed. Gaudete - primera edición, noviembre de 2010
Pag. 23
Pareciera que el fin último del ser humano es perseguir a toda costa la abolición de esta inexorable ley, su erradicación, destrucción y, de hecho, ha sido tan extraordinario el empeño a lo largo de los siglos, que hoy en día se podría decir que le conocemos el peso y el equilibrio como un samurai conoce los de su katana, que sabemos que tiene un lado débil y uno fuerte, que ya hemos comenzado a doblarla lateralmente aunque aún no tengamos idea de la fuerza necesaria para doblarla un poco más ni de si el doblez terminará en rotura ni cuándo...
Hace siglos, con el desarrollo de la medicina aún en pañales, esta sed de abolición se saciaba con la bebida de lo mitológico. Desde la noche de los tiempos todas las mitologías hablan de diversos principios generadores de vida, atando así la permanencia, la prolongación de la vida a través del tiempo a la voluntad y desligándola de la mecánica necesaria del estado natural de las cosas. No deja de ser llamativo que. si al principio esta voluntad es superior y por tanto cuenta con capacidades superiores, más tarde ya no depende de superiores capacidades, sino conocimientos.
Baste mencionar, por ejemplo, los conjuros necesarios para dar vida al Golem. En boca de Borges:
No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.
Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dió a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,
la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.
Si en un principio, en nuestro imaginario occidental, fue Prometeo quien robó el fuego a los dioses para, sin su permiso, insuflar vida a sus propias creaciones, en esta tradición medieval judía ya son personas muy allegadas a Dios quienes adquieren de Él y con su aquiescencia los conocimientos necesarios para acometer la misma empresa. Sin embargo, las creaciones de estos hombres santos son una mera sombra de las creaciones de Dios y de ahí la etimología del Golem: no tiene alma y por lo tanto es un ser estúpido, tan estúpido que puede llegar a ser peligroso. No importa la especial condición de santidad necesaria para adquirir los conocimientos requeridos, pareciera que toda vez que se utilicen se está entrando en un territorio vedado, de especiales y sombrías consecuencias.
Va a hacer doscientos años desde los primeros experimentos pseudocientíficos acerca de la generación de la vida por medio de la electricidad, conducidos por Erasmus Darwin o Luigi Galvani, entre otros. Por aquellos entonces, la electricidad era un arcano ten grande como las cábalas de Judá León en la Edad Media, e igualmente plausible como vía de creación de la vida. La inquietud y expectación la recogió entonces la moderna revisión del clásico Prometeo, la famosa novela de Mary Shelley, Frankenstein. En ella se rompe definitivamente el lazo entre la generación de la vida y un Ser Superior, de capacidades o conocimientos superiores y de quien robar o tomar prestado el Poder o el Conocimiento.
Desde esta novela es el hombre, con su capacidad de raciocinio, el único Motor Inmóvil necesario. No se libra, sin embargo, de la responsabilidad de sus actos. Si bien al principio quedó expuesto a la ira de los dioses y ya en tiempos del Golem de Praga quedaba sujeto a la Ley Mosaica, en Frankenstein las terribles consecuencias vienen de la mano de su propia creación. La piedra angular ahora es el hombre, que ha sustituído a Dios pero que por impericia puede hacer colapsar ese gran edificio que es el universo.
Tal parece, también, que hoy en día en nuestra manera de ver las cosas está presente la idea de que cada nuevo día alborea con algún nuevo descubrimiento, algún nuevo hallazgo que nos facilite la vida, nos libre del dolor y nos haga seres más cercanos a romper la fatídica ley de caducidad de la vida. No en vano hemos duplicado con creces la esperanza de vida promedio, al menos en los países del llamado Primer Mundo, respecto de los tiempos del Golem, haciéndolo, además, con una calidad de vida muy superior.
Sin embargo, aunque libres de ataduras superiores y a toda máquina en pos de la adquisición de los últimos conocimientos necesarios para liberarnos al fin de la Mecánica Universal, es muy curioso que después de esos doscientos años de incesantes triunfos y autoafirmaciones, en nuestro imaginario actual todavía no nos hayamos librado de la consecuencia de nuestros actos, que son, al fin, un castigo a la temeridad que se considera correcto.
Desde que en 1968 George Romero estrenara la película La noche de los muertos vivientes, la humanidad se enfrenta otra vez a sus más antiguos temores (como son otra la propia putrefacción, el canibalismo, o más intelectualmente, la más descorazonadora ignorancia acerca del porqué de unos aterradores e inatajables acontecimientos), que esta vez no vienen de la mano de ningún otro ser inteligente, ni superior, sino como imprevista consecuencia de sus propios actos. No creemos en nuestra propia capacidad para ser el Motor Inmóvil.
El auge que vivimos de la cultura zombi desde entonces, que produce al menos una nueva película al año, infinidad de novelas, comics y hasta series de televisión, que de todas ellas ha terminado destilando un pulso, un ideario no escrito, un juego de reglas con el que el espectador, en general, se siente cómodo, entiende como acertado y está feliz de consumir, no puede menos que hacernos reflexionar acerca del pensamiento promedio de dicho espectador en lo que respecta a las grandes pulsiones que mencionábamos antes.
Una breve recapitulación y corolario serían: existe un afán universal de huir del dolor, un deseo febril de inmortalidad, una rebeldía innata ante la idea de la inexorabilidad de la muerte, pero todo intento de emancipación está condenado al fracaso, pues aunque nos pudiéramos librar de la arbitrariedad de los dioses, aunque pudiésemos sustituirles en el Olimpo y revocar la Mecánica del gran reloj del tiempo, nuestro fracaso forma parte de nosotros mismos, en tanto en cuanto seres imperfectos capaces de actuar sin antes haber previsto todas las posibles consecuencias de nuestros actos.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Como primer comentario posterior, añado unas palabras de Benedicto XVI acerca de las posibilidades reales del avance tecnológico al respecto de la consecución de la felicidad: «Los grandes éxitos de la técnica y de la ciencia, que han mejorado notablemente las condiciones de vida de la humanidad, no ofrecen soluciones a las preguntas más profundas del espíritu humano. Sólo la apertura al misterio de Dios, que es Amor, puede saciar la sed de verdad y de felicidad de nuestro corazón».
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Como segundo comentario posterior, añado otras palabras del mismo Benedicto XVI, entresacadas de su discurso del 22 de septiembre de 2011 al Reichstag en Berlín: "(...)En el primer Libro de los Reyes, se dice que Dios concedió al joven rey Salomón, con ocasión de su entronización, formular una petición. ¿Qué pedirá el joven soberano en este momento tan importante? ¿Éxito, riqueza, una larga vida, la eliminación de los enemigos? No pide nada de todo eso. En cambio, suplica: “Concede a tu siervo un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y mal” (1 R 3,9). Con este relato, la Biblia quiere indicarnos lo que en definitiva debe ser importante para un político. Su criterio último, y la motivación para su trabajo como político, no debe ser el éxito y mucho menos el beneficio material. La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz.
Naturalmente, un político buscará el éxito, sin el cual nunca tendría la posibilidad de una acción política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho, a la destrucción de la justicia. “Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?”, dijo en cierta ocasión San Agustín.[1] Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera. Hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra él; cómo se pisoteó el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar el mundo entero y llevarlo hasta el borde del abismo. Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político. En un momento histórico, en el cual el hombre ha adquirido un poder hasta ahora inimaginable, este deber se convierte en algo particularmente urgente. El hombre tiene la capacidad de destruir el mundo.
Se puede manipular a sí mismo. Puede, por decirlo así, hacer seres humanos y privar de su humanidad a otros seres humanos. ¿Cómo podemos reconocer lo que es justo? ¿Cómo podemos distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho sólo aparente? La petición salomónica sigue siendo la cuestión decisiva ante la que se encuentra también hoy el político y la política misma.(...)"
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
"(...) Every good or bad action is a principle of good or evil, a seed of life or death from which its author could not foresee nor anticipate all fruits or all results. (...)"
"It is a verified principle and a general law of nature that everything subject to movement, to decay, to time, limited by the dimensions, breaks down, ages and ends up perishing and disappearing. Science teaches us no vital force, no agent created, has the power to deploy its energy beyond a certain duration and that its field of activity, under the law of creation, is limited to a particular area whose boundary can not cross. Even the most perfect and and solidly constitued organisms could not run indefinitely. "
The End of the World and the Mysteries of the Afterlife
Charles Arminjon
Ed Gaudete - first edition, November 2010
Page 23
It would seem that the ultimate goal of man is to pursue at all costs the abolition of that inexorable law, its eradication, its destruction, and indeed it has been so extraordinary a commitment over the centuries, that today we could say that we know the weight and balance of that law as a samurai knows those of his katana, that we know it has a weak side and strong one, that we have begun to bend it laterally but still have no idea of the force required to bend it a little more or whether that bending will break it or when...
Centuries ago, when the development of medicine was still null, this thirst for abolition was quenched drinking from the mythological. Since the dawn of time all mythologies speak of various intelligent principles of life, thus linking permanence, life extension through time to sheer will and separating it from the necessary mechanics of the natural state of things. It is remarkable that, if at first this Will is superior and therefore has superior capabilities, later on permanence of life is no longer dependent on higher power, but knowledge.
Suffice it to mention, for instance, the spells needed to give life to the Golem. In Borges own words:
Not in the way of other (stories) that suggest
A vague shade in a vague story,
It is still green and alive in the memory
The one of Lion of Judah, who was a rabbi in Prague.
Thirsty to know what God knows,
Judah Leon gave himself to permutations
of letters and to complex variations
and finally uttered the Name which is the Key
The Gate, the Echo, the Guest and the Palace
on a doll that with clumsy hands
he styled, to teach it the arcane
of Letters, Time and Space.
If at first, in our Western imaginary, it was Prometheus who stole fire from the Gods to breathe life into its own creations, without their permission, in this medieval Jewish tradition it is a very close to God rabbi who learns from Him, with His acquiescence, all knowledge needed to undertake the same task. However, his creations and the ones from all those holy men are a mere shadow of God's creations, hence the etymology of the name Golem: it has no soul and therefore it is stupid, so stupid it can be dangerous. No matter the special status of holiness necessary to acquire the required knowledge, it seems that every time they use it, they are entering a forbidden territory, with special and grim consequences.
Soon, two hundred years will have passed since the first pseudo-scientific experiments on the generation of life by means of electricity, led by Luigi Galvani and Erasmus Darwin, among others. At that time, electricity was as big an arcane as Judah the Lion's Kabalah was in the Middle Ages, and equally plausible as a way of creating life. Restlessness and excitement about it was then reflected in the modern revision of the classic Prometheus, the famous novel by Mary Shelley, Frankenstein. It definitely breaks the link between the generation of life and a Higher Self, with higher capacities or knowledge and from whom to steal or borrow the Power or the Knowledge.
Since this novel it is Man with his reasoning ability, the only Prime Mover needed. While at first he was exposed to the wrath of the Gods and in the time of the Golem of Prague was subject to the Mosaic Law, in Frankenstein the terrible consequences come from his own creation. Man has replaced God and is now the cornerstone, but his inexperience can bring down that great building which is the Universe.
It seems, too, that in our way of seeing things today, is present the idea that each new day dawns with a new discovery, some new finding that makes life easier, frees us from pain and makes us beings closer to break the fateful Law of Expiry of Life. Not surprisingly we have more than doubled the average life expectancy, at least in the so-called First World countries, compared to the times of the Golem of Prague, while also living a much higher quality of life.
However, although freed from chains from higher realms and at full speed towards the obtainment of those skills needed to free us once and for all from the Mechanics of the Universe, it is quite curious that after these two hundred years of incessant triumphs and self-affirmations, on our current Imaginary we still have not spared ourselves the consequences of our actions, which are, at last, a punishment considered correct for recklessness.
Since George Romero premiered its film Night of the Living Dead in 1968, mankind faces again its oldest fears (such as putrescence, cannibalism, or intellectually, the most disheartening ignorance about the causes of such frightening and inevitable events), this time not from the hand of any other intelligent or higher being, but as unintended consequences of their own actions. We do not believe in our ability to be the Prime Mover.
The rise of the zombie culture we are living ever since, which produces at least one new movie a year, countless novels, comics and even television series, which has end up distilling a pulse from all them, an unwritten ideology, a set of rules with which the average viewer generally feels comfortable and happy to agree with, cannot but make us reflect about the average thinking of such viewer in regard to the prime drives mentioned before.
A brief summary and a corollary would be: there is a universal eagerness to escape the pain, a feverish desire for immortality, an innate rebellion against the idea of the inevitability of death, but any attempt of emancipation is doomed to failure, because although we could free ourselves from the arbitrariness of the Gods, even if we could replace them in the Olympus and revoke the Mechanics of the Great Clock of Time, our failure is part of ourselves, as long as we are imperfect beings capable of acting without having foreseen all the possible consequences of our actions.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
As a first comment, I'll add a few words from Benedict XVI about the real possibilities of technological advance about the pursuit of happiness: "The great successes of technology and science, which have greatly improved humanity's conditions of life, do not offer solutions to the deepest questions of the human spirit. Only openness to the mystery of God who is Love, can quench the thirst for truth and happiness in our hearts ".
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
As a second comment, I add some other words from Benedict XVI,this time taken from his speech on September 22, 2011 while visiting the Reichstag in Berlin:
"(...) In the first Book of Kings, it says that God conceded a request to the young king Solomon, on the occasion of his accession to the throne. What did the young sovereign ask for on this important occasion? Success, wealth, long life, the elimination of his enemies? He didn't ask for anything of it. In contrast, he prayed: "Give your servant a soft heart, so he can judge your people and distinguish between good and evil" (1 Kings 3.9). In this story, the Bible wants to tell us what ultimately must be important for politicians. Their ultimate criterion, and their motivation for their work as politicians, should not be their own success, much less their own material benefit. Politics should be commited to justice so they can create the basic conditions for peace.
Naturally, any politician seeks success, without which they would never have the possibility of effective political action. But success is subordinated to the criterion of justice, to the will to apply the law and to the understanding of the law. Success can also be seductive and, thus, opens the door to the distortion of law, the destruction of justice. "Remove the right and then, what distinguishes any government of a large band of bandits?" Said St. Augustine once. We Germans know from experience that these words are not merely a chimera. We have seen how the state's power was separated from the law, faced off against it, how it trampled the law so that the state became the instrument for the destruction of the law, how the state was transformed into a gang of well-organized bandits, who could threaten the world and take it to the brink. To serve the law and to combat the dominance of injustice was and remains being the fundamental duty of politicians. In a historic moment in which man has acquired an unimaginable power hitherto, this duty becomes particularly urgent. Man has the capacity to destroy the world.
Humans can manipulate themselves. They can, so to speak, raise some persons to the dignity of human beings while depriving some other persons of it. How can we recognize what is right? How can we distinguish between good and evil, between what is right and what is right only in appearance? Solomon's request remains the crucial question to which any politician and even politics face today.(...)"
No hay comentarios:
Publicar un comentario